miércoles, 31 de julio de 2013

la via de Edgar Morvi .elaborado por Damaris Merejildo

LA VIA DE EDGAR MORVI
Edgar Morvi buscaba soluciones que no fueran meros parches. Creía que la crisis no es solamente económica, sino de ámbito mucho más amplio, una crisis de valores que exige reformas más profundas y generalizadas.
Ø  El libro está plagado de frases certeras y contundentes que en más de una ocasión me han hecho pensar “eso es lo que quería decir yo”. He aquí una pequeña muestra a modo de aperitivo.
Ø  La clase política se contenta con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene un pensamiento. Ya no tiene cultura. Ignora las ciencias humanas. Ignora los métodos que serían aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo.
Ø  El déficit de alimentación que sufren ochocientos millones de personas en el mundo depende, sin duda alguna, de la especulación, la corrupción, la destrucción de los cultivos de subsistencia y la sobrealimentación de los países rico.
Ø  Forma general, se trata de reencajar la economía en lo social, lo cultural y lo humano, lo cual significa, fundamentalmente, volver a colocar la economía en el lugar que le corresponde como medio y no como fin último de la actividad humana.
Las reformas
Morin pasa a analizar los aspectos más problemáticos de la realidad y propone, para cada uno, una lista de reformas. En ocasiones concreta con detalle esas propuestas reformistas y otras veces apunta nada más el camino que deberíamos transitar. He aquí un intento de nombrar lo más significativo.Insiste en ideas como la comunidad de destino de la Humanidad, que nos llevaría al concepto de Tierra-Patria, a ser ciudadanos del mundo sin tener que renunciar -explica Morin- a las patrias particulares, pero con instituciones supranacionales dotadas de poderes efectivos para prevenir guerras, para establecer normas ecológicas y económicas, para luchar contra las desigualdades, para regular los flujos migratorios… Insiste también en que en nuestra civilización restauremos las redes de asistencia y solidaridad perdidas, tan presentes en sociedades del Sur, porque el Estado del Bienestar es indispensable pero no suficiente. Defiende la simbiosis entre lo mejor de la civilización occidental y las aportaciones extremadamente ricas de las demás civilizaciones. Defiende una política ecológica basada en las energías renovables, en tansportes menos contaminantes; peatonalización de las ciudades, desarrollo de las agriculturas tradicionales y biológicas. Trata del problema del agua, de la necesidad de asegurar su calidad y el abastecimiento, para lo cual propone el control público de la misma y convertirla en derecho humano. En economía, propugna que el pensamiento político abandone el economicismo actual, y con él la idea del crecimiento sostenible, y propone hasta diecisiete reformas: medidas de regulación, fomento de economías de proximidad, desarrollo de mutuas y cooperativas, microcréditos, comercio justo, bancos solidarios; reforma de la empresa, en las relaciones entre las personas que la componen y por la introducción de la dimensión ética en su quehacer diario… También explica cómo disminuir las desigualdades Norte-Sur, qué tenemos que tener en cuenta para intervenir en el Sur o, mejor dicho, intercambiar con ellos. Habla hasta de Medicina. Alaba los grandes avances de la medicina occidental, pero critica que relegue a las otras, que hagamos poco caso a las causas psíquicas de las enfermedades y, sobre todo, la hiperespecialización: es el médico generalista el que tendría que estar en la cúspide para tratar a la persona en su contexto, no a un determinado órgano. Propone la utilización de genéricos contra los precios prohibitivos, descentralización, fomento de la hospitalización a domicilio y, en general, una mayor humanización de la Medicina.
Pero, para Morin, las reformas tienen que ir aún más allá. Habla también de reforma del pensamiento: “Nuestro modo de conocimiento no ha desarrollado suficientemente la aptitud para contextualizar la información e interpretarla en un conjunto que le dé sentido” (pág. 141); el hecho de que existan la alienación en el trabajo, el deterioro de la biosfera, las armas de destrucción masiva… sería la prueba de que no hemos construido un mundo racional y de que es necesaria una reforma del pensamiento. Junto a ello, sería imprescindible una reforma de la educación: “La enseñanza que parte de disciplinas separadas en lugar de alimentarse de ellas para tratar los grandes problemas mata la curiosidad natural de todas las conciencias juveniles”orin enseñaría “Ecología de la acción”, “Introducción a los problemas vitales”, “Iniciación a la contextualización”… Educaría para la era planetaria.
Y, para rematar su pirámide de reformas, Morin recalca que en su cúspide han de estar las“reformas de vida”, la columna sobre la que convergen las demás reformas en las civilizaciones occidentales. Está claro que el bienestar material no ha traído de por sí la “buena vida”, porque el verdadero bienestar no es posesión. Así pues, indicadores como el PIB no valen para medir el Bienestar. Tampoco el IDH, porque diplomas y ausencia de enfermedades son compatibles con el malestar. En definitiva, apela a que todos redefinamos nuestras verdaderas necesidades. Se trataría de conquistar un arte de vivir que nos llevara en la medida de lo posible a la paz interior, a la plenitud. Morin habla de regenerar nuestra relación con el cosmos, con la naturaleza, del necesario sentimiento de pertenencia a la Tierra-Patria, y también de compasión, fraternidad, perdón, amor, amistad, juego, sentido estético…
Reforma de vida, ética, de pensamiento, de educación, reformas de civilización y de políticas de la Humanidad. Todas son interdependientes, “sus progresos les permitirían dinamizarse mutuamente” (pág. 283), hasta regenerar el mundo humano. Nunca se habla en el libro de la necesidad de una revolución traumática o violenta para poner en marcha todo esto. Morin utiliza siempre palabras como “reforma” y “regeneración”, habla de lograr no la revolución, sino la metamorfosis. Afirma que “todo ha empezado a transformarse ya sin que nos hayamos dado cuenta. Hay millones de iniciativas que florecen en todas las partes del mundo” (pág. 283). Debemos trabajar -continúa- para relacionarlas y unirlas. Tampoco habla de utopía, la rechaza, hay que partir de un compromiso con la realidad para modificarla. Nos pide ánimo para luchar contra las dificultades, que provendrían de “estructuras institucionales y mentales esclerosadas” y de “enormes intereses económicos” (pág. 82). Y a pesar de que estas ideas no están inscritas aún en una gran pensamiento político de estructura planetaria, nos da otra pista de por dónde podemos continuar: “El talón de Aquiles del capitalismo, en una sociedad de consumo, es la conciencia y la organización de los consumidores” (pág. 180), por lo que podríamos crear “una fuerza política”, “asociaciones” o “ligas de consumidores”, que, con el arma del boicot a las compras, avanzara hacia la Vía.


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