LA VIA DE EDGAR MORVI
Edgar Morvi buscaba soluciones que no fueran meros parches.
Creía que la crisis no es solamente económica, sino de ámbito mucho más amplio,
una crisis de valores que exige reformas más profundas y generalizadas.
Ø
El libro está plagado de frases
certeras y contundentes que en más de una ocasión me han hecho pensar “eso
es lo que quería decir yo”. He aquí una pequeña muestra a modo de aperitivo.
Ø
La clase política se contenta
con informes de expertos, estadísticas y sondeos. Ya no tiene un pensamiento.
Ya no tiene cultura. Ignora las ciencias humanas. Ignora los métodos que serían
aptos para concebir y tratar la complejidad del mundo.
Ø
El déficit de alimentación que
sufren ochocientos millones de personas en el mundo depende, sin duda alguna,
de la especulación, la corrupción, la destrucción de los cultivos de
subsistencia y la sobrealimentación de los países rico.
Ø
Forma general, se trata de
reencajar la economía en lo social, lo cultural y lo humano, lo cual significa,
fundamentalmente, volver a colocar la economía en el lugar que le corresponde
como medio y no como fin último de la actividad humana.
Las reformas
Morin pasa a
analizar los aspectos más problemáticos de la realidad y propone, para cada
uno, una lista de reformas. En ocasiones concreta con detalle esas
propuestas reformistas y otras veces apunta nada más el camino que deberíamos
transitar. He aquí un intento de nombrar lo más significativo.Insiste en ideas
como la comunidad de destino de la Humanidad, que nos llevaría al concepto de
Tierra-Patria, a ser ciudadanos del mundo sin tener que renunciar -explica
Morin- a las patrias particulares, pero con instituciones supranacionales
dotadas de poderes efectivos para prevenir guerras, para establecer normas
ecológicas y económicas, para luchar contra las desigualdades, para regular los
flujos migratorios… Insiste también en que en nuestra civilización restauremos
las redes de asistencia y solidaridad perdidas, tan presentes en sociedades del
Sur, porque el Estado del Bienestar es indispensable pero no suficiente.
Defiende la simbiosis entre lo mejor de la civilización occidental y las
aportaciones extremadamente ricas de las demás civilizaciones. Defiende una
política ecológica basada en las energías renovables, en tansportes menos
contaminantes; peatonalización de las ciudades, desarrollo de las agriculturas
tradicionales y biológicas. Trata del problema del agua, de la necesidad de
asegurar su calidad y el abastecimiento, para lo cual propone el control
público de la misma y convertirla en derecho humano. En economía, propugna que
el pensamiento político abandone el economicismo actual, y con él la idea del
crecimiento sostenible, y propone hasta diecisiete reformas: medidas de
regulación, fomento de economías de proximidad, desarrollo de mutuas y
cooperativas, microcréditos, comercio justo, bancos solidarios; reforma de la
empresa, en las relaciones entre las personas que la componen y por la
introducción de la dimensión ética en su quehacer diario… También explica cómo
disminuir las desigualdades Norte-Sur, qué tenemos que tener en cuenta para intervenir
en el Sur o, mejor dicho, intercambiar con ellos. Habla hasta de Medicina.
Alaba los grandes avances de la medicina occidental, pero critica que relegue a
las otras, que hagamos poco caso a las causas psíquicas de las enfermedades y,
sobre todo, la hiperespecialización: es el médico generalista el que tendría
que estar en la cúspide para tratar a la persona en su contexto, no a un
determinado órgano. Propone la utilización de genéricos contra los precios
prohibitivos, descentralización, fomento de la hospitalización a domicilio y,
en general, una mayor humanización de la Medicina.
Pero, para
Morin, las reformas tienen que ir aún más allá. Habla también de reforma
del pensamiento: “Nuestro modo de conocimiento no ha desarrollado
suficientemente la aptitud para contextualizar la información e interpretarla
en un conjunto que le dé sentido” (pág. 141); el hecho de que existan la
alienación en el trabajo, el deterioro de la biosfera, las armas de destrucción
masiva… sería la prueba de que no hemos construido un mundo racional y de que
es necesaria una reforma del pensamiento. Junto a ello, sería imprescindible
una reforma de la educación: “La enseñanza que parte de disciplinas
separadas en lugar de alimentarse de ellas para tratar los grandes problemas mata
la curiosidad natural de todas las conciencias juveniles”orin enseñaría
“Ecología de la acción”, “Introducción a los problemas vitales”, “Iniciación a
la contextualización”… Educaría para la era planetaria.
Y, para rematar
su pirámide de reformas, Morin recalca que en su cúspide han de estar
las“reformas de vida”, la columna sobre la que convergen las demás reformas en
las civilizaciones occidentales. Está claro que el bienestar material no
ha traído de por sí la “buena vida”, porque el verdadero bienestar no es
posesión. Así pues, indicadores como el PIB no valen para medir el Bienestar.
Tampoco el IDH, porque diplomas y ausencia de enfermedades son compatibles con
el malestar. En definitiva, apela a que todos redefinamos nuestras verdaderas
necesidades. Se trataría de conquistar un arte de vivir que nos llevara en la
medida de lo posible a la paz interior, a la plenitud. Morin habla de regenerar
nuestra relación con el cosmos, con la naturaleza, del necesario sentimiento de
pertenencia a la Tierra-Patria, y también de compasión, fraternidad, perdón,
amor, amistad, juego, sentido estético…
Reforma de vida,
ética, de pensamiento, de educación, reformas de civilización y de políticas de
la Humanidad. Todas son interdependientes, “sus progresos les permitirían
dinamizarse mutuamente” (pág. 283), hasta regenerar el mundo humano. Nunca
se habla en el libro de la necesidad de una revolución traumática o violenta
para poner en marcha todo esto. Morin utiliza siempre palabras como “reforma” y
“regeneración”, habla de lograr no la revolución, sino la metamorfosis.
Afirma que “todo ha empezado a transformarse ya sin que nos hayamos dado
cuenta. Hay millones de iniciativas que florecen en todas las partes del
mundo” (pág. 283). Debemos trabajar -continúa- para relacionarlas y
unirlas. Tampoco habla de utopía, la rechaza, hay que partir de un compromiso
con la realidad para modificarla. Nos pide ánimo para luchar contra las
dificultades, que provendrían de “estructuras institucionales y mentales
esclerosadas” y de “enormes intereses económicos” (pág. 82). Y a
pesar de que estas ideas no están inscritas aún en una gran pensamiento
político de estructura planetaria, nos da otra pista de por dónde podemos
continuar: “El talón de Aquiles del capitalismo, en una sociedad de
consumo, es la conciencia y la organización de los consumidores” (pág.
180), por lo que podríamos crear “una fuerza política”, “asociaciones” o “ligas
de consumidores”, que, con el arma del boicot a las compras, avanzara hacia la
Vía.
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